Os Bobolongos ha hablado con Federico Luppi, uno de los actores que nos hace arrodillarnos cual esclavos de Ramses II y gritar al unísono: ¡pero qué grande eres, ché!
Imitando al singular vampiro que interpretó en Cronos, Federico Luppi (Ramalla, Argentina, 1936) parece haber ralentizado el paso del tiempo. Desde hace años, su cabellera blanca y acento porteño se han convertido en un seguro de éxito en la cartelera, donde pronto le veremos en sendos thrillers, primero en El último justo, de Manuel Caballero, y después compartiendo escena con Carmen Maura en Que parezca un accidente, de Gerardo Herrero. Mientras nos atiende en su luminoso piso de Madrid, bebe mate con profusión y juega a masticar las palabras hasta encontrar el adjetivo más certero.
Ponga a remojar la memoria, dígame con qué película supo que iba a ser actor.
Un tranvía llamado deseo. Para mí Marlon Brando marcó un antes y un después en términos de sensibilidad, eficacia afectiva y metodología. También me acuerdo muchísimo de Muerte de un ciclista. Me mostró una España que me habían ocultado. Contar un conflicto tan cotidiano, de crónica policial, y, al mismo tiempo, pintar la profunda y clara oscuridad de un país que uno no conocía. ¡Qué talento el de Juan Antonio Bardem!
¿Milita usted en el bando de los actores del método o en el de los puramente intuitivos?
Para mí se trata de lograr la más profunda expresión con la capacidad de elaboración más económica, la más mínima e inexistente. Y agregaría, como en la vida real. El método te ayuda a asumir como propias las características psicológicas del personaje, pero lo principal es la memoria emotiva del actor y la intuición, que no es una categoría intelectual, sino que forma parte de la condición humana más primitiva.
En su filmografía brillan arquetipos de integridad y compromiso social. ¿Se identifica con ese idealismo?
Creo profundamente en los personajes humanamente ricos, capaces de un final quijotesco o de enfrentarse a un mundo insolidario y castigador. Yo me siento un perdedor en esta sociedad deshumanizada, no he visto cumplido mi deseo de un mundo mejor. Y no quiero hacer ningún alarde de la desesperanza, todo lo contrario. Uno sabe que el mal absoluto existe y que la pena máxima está al otro lado de la esquina, pero también se encuentra luz en los lugares más insospechados. Un poco la ética derrotista que había en las películas de John Ford. Esas cosas que también aparecen a veces en Pedro Almodóvar, cuando, de pronto, en medio de una situación objetivamente ridícula, familiarmente incómoda o sexualmente contradictoria, surge la más sincera humanidad.
¿Es Hollywood el enemigo?
Es un prejuicio mezclar Hollywood con un antiimperialismo poco productivo. Yo mismo lamento en ciertos momentos de mi vida no haber intentado lo que hizo Antonio Banderas: ir al lugar donde se cocina el infierno del mundo, desde el punto de vista de la dificultad, sin saber una palabra de inglés, sin red. Muy poca gente se atreve a tocarle las babas al diablo en su casa.
Pero usted está mucho más cercano al llamado cine de autor.Mire, a mí me suelen gustar las películas pequeñas en cuanto a la estructura comercial, pero más esenciales, más sintéticas y emotivas, donde la épica está colocada en algún recoveco del corazón más que en la gran lucha social. Luego hay obras dañinas por su ideología, porque endiosan cierta forma de la agresión o de la denigración. Trabajos extraordinariamente hechos que preconizan valores fascistas. Esos no me gustan, pero no diría jamás que son un mal filme.
Desvele la magia del séptimo arte. La gente sabe que va a ver una mentira, pero se emociona y sigue conmoviéndose con una buena historia.
Siempre que uno ve gente amontonada en la calle normalmente es porque están filmando, aunque sea un spot publicitario. El ser humano ha conseguido capturar el movimiento, la instantaneidad de la vida en su estado más puro. Y eso fascina al que lo hace y mucho más a quien lo ve.
Larga vida al cine, entonces…
A mí nada me lo iguala. El cine es la antropología del futuro. En poco tiempo, cuando queramos saber qué pasaba en un país, tendremos que acudir a la Filmoteca a ver qué comía la gente, cómo se vestía, cómo vivía… Siempre hemos tenido la necesidad de dibujar y escribir, de hacer la realidad digerible y comprensible. El cine constata la inevitable pulsión humana por el documento; Gutemberg, el cine y después nada.
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